PASIÓN NO ES PALABRA CUALQUIERA (the book)

Hace ya bastantes años se hallaba su mendidad leyendo la "Alta fidelidad" de Nick Hornby... Y centrémonos en la novela, sin interferencias fílmicas por favor (eso se lo llevaron a Hollywood, cambiaron Londres por Chicago -sin problema les mediara- y Frears hizo lo que pudo sin más, y que tampoco estuvo tan mal ni que sea por el agravante de la tan poderosa soundtrack que derivó). Dicha lectura, divertida y recomendable en apreciable medida, me ofertaba sus pasajes favoritos, y con notable holgura, ahí donde su protagonista se perdía en espirales sobre todo aquello concreto que una canción, disco y/o músico también concreto le suscitaba de manera personal. Y no es que lo pasase mal con las "aventuras privadas" de dicho protagonista en la novela solo es que, en comparativa, me interesaba lo indecible de menos al contrastar con lo anterior. Era entonces cuando no podía evitar pensar que, como chalado irremediable en el consumir la cosa esta del rocanrol desde ni recuerdo, me resultaría,  no ya meramente asertivo sino netamente cojonudo, que existiera "algo" enfocado íntegramente en la dirección apuntada. "Algo" que se ciñera al sentimiento que deriva directamente del mencionado "consumo musical", entendiendo ello como un compañero irrenunciable en tu paso por la vida y no como algo circunstancial que mirar hacia arriba (o hacia justo lo contrario), sin más.


Y miren ustedes qué cosas, tras varios años de lluvias y soles sobre la comarca, en el último trimestre del año pasado que se edita "Pasión no es palabra cualquiera". De Joserra Rodrigo. 

Y es aquí, con ese nombre propio, donde me la pego contra lo más complicado me resulta del texto. Aunque lo ví al fin "live" hace pocos días, -en la misma presentación del libro, de hecho-, hace ya algunos años que soy colega y admirador de obra y persona. Por lo que la coartada del simple e inocente ejercicio de intrusismo a la crítica literaria nos ocupa se puede tornar, quizás, algo turbio o enrarecido a los imparciales ojos de quien contemple de forma ocasional. Pues bien, una vez reflejado lo imposible de la equidistancia en el caso nos ocupa, ya les aseguro a tod@s que me importa ello más bien poco (ese posible gesto torcido del "claro, si lo ha escrito un colega qué vas a decir...") y les animo, igualmente, a que procedan en la misma dirección. Si "PNEPC" lo hubiera escrito un astronauta de Wichita o un buzo japonés se lo recomendaría a todo cristo de la misma forma. Se lo aseguro cuantas veces sea menester y tal cual.

Fue en esa mentada y reciente presentación donde Ignacio Julià (persona que me genera sentimientos encontrados: se le admira y debe muchísimo en la casa pero, por otro lado, pienso que me debe varios miles de pavos en terapias por su incalculable contribución al pedazo troll vehemente e impresentable que puedo resultar a veces en los debates musicales varios), operando como uno de los anfitriones del evento, logró sintetizar -en otras palabras- el volante y motivo de ser del libro nos ocupa: la libertad del fan musical que tiene el talento y la gracia para manifestar su amor por el medio en cuestión. Sin las medias tintas ni los fatuos matices del que tiene que "responder ante". Pues es ello, al fin, el gran y definitivo triunfo de ésta obra, diáfano ello. Explicaba Julià, o mejor lo verbalizaba su larga experiencia como crítico musical, como a veces (por profesión) tocaba escribir, hablar o escuchar sobre aquello que no apetecía o entusiasmaba. Que se "perdía" esa ilusion, esa primordial "libertad" inicial ya mentada, y por unas u otras imposiciones... Y recuerdo ahora, por cierto, una carta en el correo de algún Ruta 66 de principios de milenio donde un parroquiano les recriminaba (a Julià y Gonzalo -los ya clásicos capos de la también ya clásica publicación-) que estaban perdiendo, y cito en literal: "la perspectiva del fan"... Estuve muy de acuerdo. A qué negarlo. Compré religiosamente todos los "Rutas" desde el doble de verano del 92 (con los Sonic Youth sobre  un coche de la pasma) para dejar de hacerlo, de forma regular (que todavía lo pillo de vez en cuando porque, pese a todo, sigue siendo lo mejor en lo suyo a nivel estatal con la boina), en algún momento de la década pasada y poco antes de que se "colorease el asunto". Razón: se habían "profesionalizado" en exceso. Ese "rollo fanzinoso", menos serio y prolijo pero, sin duda, más cachondo y cercano, había pasado a mejor vida (o simplemente, ojo, eso me parecía -y parece- a mi, claro), porque, básicamente, si querían seguir existiendo no les quedaba otra (esto se entiende mucho mejor ahora, que eso también y está claro). 

Bien, pues juntando ahora una cosa y otra (lo de la novela de Hornby y lo del párrafo que precede), toca volver a la obra con título a la salud de una de las mejores tonadas del gran Graham Parker que se abarca aquí hoy, en la primera entrada anual del espacio. Pues, qué duda cabe, si sendas cuestiones fueran problemas en un examen, "Pasión no es palabra cualquiera" es una solución tan certera como inmediata... ¿Van adivinando ya por qué este libro me resulta tan incomparable y nutritivo más allá de quién lo haya escrito? Es un libro para aquellos que todavía recuerdan lo que sintieron la primera vez que escucharon a los Ramones, o cuando se compraron aquel disco por la portada, o qué saben más y mejor que casi cualquier otra cuestión en su existencia a que canción, disco o artista van a acudir a tenor de un estado de ánimo concreto... Un libro para aquella gente que tiene la discografía de Costello doblada en vinilo y cedé, que conservan su poster del London Calling colgado con chinchetas con más de cuarenta y siendo padre, que se van a trabajar cada mañana en el bus escuchando a Aimee Mann o que, incluso, puede que tengan alguna chorrada de blog en el que escriben sus paridas, tan gratuitas seguramente, con el primer disco de los Groovies sonando de fondo en este preciso momento... No recuerdo, y me pongo a mí como el peor de los ejemplos -si quieren- pero ejemplo al fin, un solo día de mi vida en que la música no me haya acompañado ni que sea de forma fugaz. Ponderado ello, cómo narices no voy a apreciar éste libro. Despojado por completo de la pomposidad de tono engreído del que se autoerige en maestro aunque nadie se lo haya pedido (porque eso resultan ahora, en plena era de la sobreinformación, según que textos y/o artículos basados en mera compilación de datos), y hablándote de tú a tú (y aunque subyazca claramente, desde el contenido, que si el autor se pone flamenco te puede hacer estallar la almendra a base de puro conocimiento del medio y arte), éste libro se revela como un regalo al fan musical y a la acepción de éste para con el objeto de su, póngamos, fetichismo recurrente... En ese sentido, qué cojones y ya puestos, es casi pornográfico. Y bienvenido sea igualmente, claro qué sí, porque a la postre no puede ser más honesto ni, siempre y cuando seas de éste nuestro "club de la avellana", sintetizarte de forma más exacta y fidedigna. 

Es por todo ello, finalmente, por lo que pienso que esto va a necesitar de una secuela en algún momento... Sí, y aún tan a pesar de que el mismo autor no quiera ni oír hablar del tema a día presente. Porque, básicamente, el espectro que cubre es un páramo que, por contra, ha dado, da y dará algunos de los momentos más memorables en la vida de bastantes personas, al que acude impecable e implacablemente al rescate. Mucha literatura de rock, magníficos estudios, biografías y compilaciones, sin duda (y hoy día más que nunca, que también es de agradecer)... Pero siempre, siempre, desde el púlpito de la erudición (feaciente o no) o desde el escaparate de lo que, básicamente, se  expone sin más... Sólo en este libro de Joserra (omitiendo lo obvio de las autobiografías) se encuentra de forma íntegra la desvergüenza y los arrestos de tratar los sentimientos personales más allá de la mera nostalgia del recuerdo, en crudo y sin ambages, que el rock (pongan todos los asteriscos que quieran) nos puede llegar a regalar de forma tanto vitalicia como cotidiana... Recuerdo llevar en coche a mi padre para la quimio, hace dos décadas, y quedarme en la sala de espera con el cedé del irrepetible segundo disco de Eels (una de tantas perdiciones compartidas con Joserra) en el regazo, mientras lo escuchaba en el walkman con la cinta donde lo había grabado previamente... Y recuerdo más incluso que la mera imagen el puro y duro sentir de aquellos momentos... Y aunque, no se dude, podría poner ejemplos menos punzantes (llamémoslo así), de eso, de ese preciso "sentir" que va "Pasión no es palabra cualquiera", por encima de cualquier otra ponderación o circunstancia. Por eso lo estimo sin reservas no ya como la obra de un amigo, o de alguien muy respetado desde hace años, sino como algo que emerge de forma tan única como natural para alcanzar lo simple y llanamente necesario. Con perdones mil por no haber hecho hincapié en las preciosas ilustraciones de Cayetana Álvarez ni tampoco en lo jodidamente bien escrito que está, muchas gracias en cualquier caso, Joserra Rodrigo.