TOM WAITS - "Alice" (2002)

 


Tras unos 70's Y 80's donde asienta una de las carreras más oscuramente atrayentes, lo mismo que más sangrantamente preciosas,  nos ha deparado la música contemporánea, fácil era de suponer en 2002, desde una perspectiva ya pura y duramente neomilenaria, que el  talento del famoso alter de Thomas Alan Waits había tocado ya techo en algún punto del camino (y de imposible convenir global, además, dada la magnificencia del opus en cuestión). Lo único pues, en base a todo ello, que nos quedaba a todos no era sino un esperar algún esporádico eco, algún áureo chispazo aislado, del deslumbrante pasado, en toda y cualquier obra que su futuro (el futuro artístico del de Pomona) nos llegase a deparar... Sí, el debate, goloso e irresoluble, estaba ya servido entonces, y desde mucho antes en realidad: que si el estreno es tan bueno como "Sword..." sino mejor, que si tal o cual otro está infravalorado (o justo al revés), si era/es todo ello (esa clase de encuestas y/o cábalas) una pérdida de tiempo gratuita y plena desde el momento que existe un prodigio como "Rain dogs"... O "Franks..."... o... Lo que se quiera. Y fantástico, si. Perfecto todo. Solo una cosa, el matiz, de que al final, pero al final de todo y en resumen, veníamos y venimos a tratar sobre un genio. Y los genios tienen una curiosa tendencia a hacer genialidades de vez en cuando... Y es ahí donde, por fin, dejan en evidencia a todo pontificador, -profesional u aficionado-, se cruce. Y el mundo es entonces un lugar significativamente mejor. Al menos durante unos breves instantes.

En el último año del pasado milenio, acabándose ya una década muy marcadamente inferior a todo lo que precedía en cuanto a su obra de estudio ("Bone machine" del 92 y muy poco más -y aún por magnífico nos resulte a algunos ese disco-) y mucho más que seguramente debido ello a su colateral carrera como actor (especialmente prolífica en el apuntado decenio), nos aparecía aquel "Mule variations". El regreso (al fin) pleno de Waits tras siete temporadas de devaneos toscos y/o nada preclaros en lo musical. Obra incómoda y áspera por momentos (y aunque tan fácilmente adivinable resultara ello, más visto ahora en perspectiva) que incluía, en cualquier caso, prácticamente todo el carrusel de modos y posibilidades del autor. La continuación espuria de "Bone", que a su vez era la continuación espuria de la sacrosanta trilogía 83-87, que a su vez fue la continuación espuria del díptico "Valentine-Heartattack", que... En síntesis: la montaña sigue creciendo y venga una de palmadillas en hombros para socios y simpatizantes todos con la causa "pomoniense"... Solo un pesar (eso si) en el todo resultante, la china en el zapato: y es que aunque "mule", como ocurre con el disco del 92 -y retrotrayéndonos al inicio del primer párrafo en significantes-, sea una obra a atesorar (y notable perse), no nos deja de resultar a muchos algo así como el "pupurrí-tipo de estilo Waits, marca registrada"... Un disco (nadie se confunda) que no meramente "mola" por ser de quien és y sonar como suena, desde luego, sino que esconde en su seno una apreciable colección de callejones oscuros que, de improviso, se ponen a brillar repentinamente para iluminar la ausencia de luz más luctuosa y amenazante, sin poderse evitar ello de ninguna de las maneras... Pero también, ay, ojo, un disco que pareciera realizado en "auto pilot" por el genio desde su concepción de base, un disco que no nos deja de resultar a unos cuantos (de esos "muchos" que decía) algo así como un reflejo menor y no tan descomunal/absoluto como lo ya tan conocido (y querido) desde aquel ya apuntado e irrepetible tríptico ochentero "sword-rain-franks" (desde cualquiera de sus partes, además y ni qué decir). Por todo ello, ya en ese 2002, aplaudí de nuevo, obviamente y  sin reservas, la nueva remesa que el eterno granuja nos deparaba: "Blood money". Que resultaba, sin pacatería medie, tan cojonudo como "Bone" y "Mule": una nueva batería de temas bien sujetos, gloriosamente anclados, en lo esperado y ansiado por su parte que, aunque exento ello de esa alquimía tan única lograda en el pasado, sí nos evidenciaba el resurgimiento, y ya ahora firmemente contrastado, de tan necesario ente creativo... Lo que uno no sospechaba en absoluto, por ser así de pollino o lo que fuere, es que el otro disco aparecido también en esa primavera del mismo año, y que denosté de primeras en su momento (no hay tiempo para todo y, por información previa del cómo fueran fraguados uno y otro, opté por "la pasta sangrienta" como novedad), sería con el tiempo el que cerraría mi top-5 histórico del músico. Un músico que, siempre para mi y sin duda se me cruce, es junto a Costello el último grande, -pero grande de los de verdad-, en la historia rockera de entre los que firman en solitario. La ya aquí más que recurrentemente apuntada trilogía ochentera y el siempre emocionante estreno tenían ya, al fin, una nueva y flagrante compañera de juegos: "Alice". 

Será por esa alma bastarda, noctámbula y canalla que le hermana al mismísimo Bukowski, o será por aquel vagabundeo como puro way of life con que tanto le fascinaron los beats (a saber) pero, sin duda, que bien le sienta siempre a Waits el poso literario... Tampoco es que haya mucha duda de ello, claro... de hecho, a poco se miren un algo tantas y tantas de sus lyrics, supura de obviedad el tema para ir más allá y caerse irremediablemente de morros en el cocido de lo puro tautológico. Sea como fuere, "Alice" se cocina en los muy primeros 90's (de ahí, por lo mal entendido desde la más militante ignorancia del concepto "refrito", que me quedara con el otro -que paradójicamente también fuera creado, y con unas premisas muy parecidas, bastante antes de su "puesta de largo"... aunque esto lo supe después, claro-), y forma, íntegramente, parte de una  pieza teatral homónima dirigida por el dramaturgo Robert Wilson y con temas co-escritos principalmente junto a su esposa -la de Waits- Kathleen Breenan (y ya puestos, hace muchos años me consta procede el todo de una obra teatral noventera pero, ni qué decir, la condición de dicha "co-escritura" de canciones junto a su compañera sentimental de siempre -o poco menos-, así como el nombre del dramaturgo en cuestión, lo sé desde hace un rato... que lo he mirado en la wikipedia y tal). "Alice", por temática, gira en torno a la persona de la "niña real" que inspiró a Lewis Carroll para crear su famosa y tan conocida fábula literaria... Ello, ese girar fantasías y realidades (con el plus añadido de la fama Carroll de estar, y por decirlo de una forma sensiblemente prosaica,  como una puta cabra), le da a Waits el combustible genérico necesario para fundir en viñetas, ora abstractas ora explícitas, el embalaje sonoro de la pieza teatral y de paso, por supuesto y con el tiempo, la maravilla de álbum que reza en título para esta entrada de hoy. 

Tras todo lo vertido ya solo queda, finalmente, la "nadería" de enfrentarnos a un temario que es diamante puro (y perfecto). Del hielo que se hunde bajo los pies al escribir el nombre patinando encima para el nostálgico tema de apertura ("Alice", claro), o la fácil e inmediata extrapolación de cierta parte del cuento con lo de "We're all mad here", pasando por el ensoñador recitar ya directo y sin ambages de "Watch her dissapear" y/o llegando al jazz ebrio y desgarrado, secuestrado sin miramientos desde tiempos remotos, en "Table top Joe"... Todo ello se retuerce y brilla para emerger de forma plena en "Alice"... Pero es que hay más, tanto más... Pues en verdad hay más temas "diferentes" o "alocados" (como pueda resultar esa última "table...", que, mayormente por esa premisa inicial del "cuento" -que envuelve de forma etérea y constante el todo-, tan bien funcionan y encajan aquí), todavía no referí el principal activo que otorgan a ésta "obra de arte" el ganarse a pies juntillas esas diez letras y dos espacios: el dispendio tan ingente de canciones simple y llanamente emocionantes en las que zambullirse. Y, atención, sea ello entendido bajo los modos y maneras de sus primeros dos elepés, como desde las maneras y modos de su tan celebrado periplo mid-80's... Pues qué mácula, qué impureza, puede extraer nadie de barbaridades como "No one knows i'm gone", "I'm still here", "Flower's grave" o  "Lost in the Harbour"... Escalofríos cualquiera de ellas. Y además los impagables lamentos de puro "swordfish" en "Fish & bird" y "Poor Edward"... O esa despedida con "Barcarolle" antecediendo al ténue, mínimo, fade out instrumental para el último adiós en "Fawn"... Demasiado talento, músico y disco. No se me ocurre como rematar mejor el asunto. Quizá solo reiterar, ya por último y al cierre, lo de que: "los genios tienen una curiosa tendencia a hacer genialidades de vez en cuando"...  Y ahí es donde duerme "Alice" por las noches, bajo un cielo que no tiene bastantes estrellitas, de esas que tanto gustan a críticos y sucedáneos, para puntuar y ponderar justamente, jamás de los jamases, sus incontables bondades.

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