LED ZEPPELIN - "Physical Graffiti" (1975)

 Que Led Zeppelin es la formación más importante jamás vinculada al concepto "hard rock" lo mismo que la más grande de las grandes bandas de rock de los 70, y con incalculable diferencia para quien suscribe, es algo que ya hemos tocado en este espacio (y en algunos otros) con cierta asiduidad. Lo que, por la razón que sea, no había hecho todavía es rendirle, de forma específica, a Physical Graffiti la pleitesía absoluta que (me) merece. En resumen: que toca hoy sacarle el polvo al "White album" o el "Exile on Main St." del "hard-rockeo" y a qué más.

Antes de acabar el primer paso conviene prevenir al posible lector/a, ya de entrada, que nos enfrentamos hoy y aquí al que con los años se ha terminado por postular (claramente, además) como mi trabajo predilecto de tan renombrado personal. Sí, aún con todos los excesos o claroscuros se quieran o pretendan señalar. De hecho, es bien posible que el apuntado reconocimiento que me merece se deba, en cierta medida por lo menos, a dichos excesos... Porque, sintetizando al máximo posible, aquí esta "todo" y ya. Physical no se deja ningún recoveco del plato por rebañar: hard rock vitalista y sin ambages, virajes progresivos, blues llevado al extremo, estampas folkies... De la épica más hiperbólica al minimalismo más sentío del que fueron capaces. En dicho sentido, el de la variedad y por seguir la analogía anterior, tiene más de "white" que de "exile". Y aunque, es perfectamente posible (y respetable), aparezca alguien señalando que ese recoger sobrantes o ideas previas hace perder entidad u homogeneidad al trabajo, para servidor este cajón de sastre resulta el expositor definitivo de las grandezas, pericias y posibilidades de la banda. Que no eran pocas, precisamente y ninguna de ellas.  

Por aquello de no abordar el tema de forma excesivamente plana, o con cadencia wikipédica si se me tiene a bien entender, podemos separar PG en unos pocos segmentos (que de paso, con ello, quedará más palpable aún la aplaudida mixtura de opciones aquí ofertada). Para empezar, por qué no, tendríamos los tres temas más extensos de los quince dispuestos. Cada uno con su propia historia y estilo bien diferenciado del otro par. Así, la deconstrucción blues de la pieza popular "In my time of dying" bien poco tiene que ver con la marcialidad machacona, pero siempre bienvenida, de la ultra popular "Kashmir" que a su vez nos quedaría francamente lejos de "In the light", con su sinuoso proceder y, en efecto, luminoso trascender. Siendo además y sin duda, esta última pieza, de mis favoritas -por mucho- de la banda; algo así como si Fripp se hubiera levantado contento un día, contra toda inercia acostumbrada, y hubiera permitido grabar un estribillo con visos de esperanza para algo del Rey Carmesí. Para aquellos con prisa, y por completar, tienen "In the light" convertida en "Everybody makes it through" en alguna de las remasterizaciones posteriores del disco, lo mismo que en las del "Coda", y con minutaje algo inferior. 


En otra carpeta del cancionero, y así con todo el papo, pondría "Ten years gone" en solitario. Un tema que recoge, parcialmente al menos, lo más destacable de esos tres temas que le proceden en este texto (en la "carpeta" previa) para tenerlos perfectamente exhibidos en una sola y única pieza. E imperecedera pieza como bien pocas, que subrayo para rematar. Sin embargo, si hay algo en PG que merezca realmente un folder en exclusiva, dada su condición de rareza ya absoluta en relación al resto, eso sería "Bron-Yr-Aur"... Precioso y acústico intermedio guitarril de Page, que en apenas dos minutos se despacha un tema que lo mismo nos sirve para paseillo hacía el "sí quiero" en bodorrio que para ser abordado en conciertos acústicos de temática medieval. 

Finalmente, por no eternizar, podemos dividir los diez temas que quedan en dos facciones: los blueseos y rocanroles más clásicos (acústicos o pseudoacústicos las veces y de proceder), y los hard-rockeos más eléctricos y deudores de, por ejemplo, el par de canciones con que arrancaba su cuarta referencia de estudio. De lo primero se queda uno bien saciado con la muy bolaniana "Black country woman", "Down by the seaside" y su evidente marchamo ex profesamente neil younguero o el rocanroleo clásico basado en una canción de Valens sito en "Boogie with Stu". De la misma forma, también incluiría en este apartado la final "Sick again" (que admito, no sin pesar, es por bastante la pista que menos me atrae de la colección) o "Night flight", en la que por mucho hammond le meta el maestro Jones la cosa se sigue quedando en un blues de manual... Lo mismo que "The rover", aunque ésta (y otra de las favos personales, por cierto), ya se adentra en nuevos territorios para su desarrollo y ofrece algún que otro giro que, aunque ya en absoluto inesperado a estas alturas, le desmarca del acostumbrado sota-caballo-rey bluesero. En cualquier caso, y ya en la segunda de esas "facciones" apuntadas, tenemos la inicial "Custard pie" con su ritmazo funky y los guitarrazos de Page, la inapelable y altamente adictiva "Houses of the holy" (que, en efecto, llegó tarde al disco previo que se quedó con el título), la asaz saltarina "Trampled under food" de la que me resulta bastante clarinete que los muy prescindibles Franz Ferdinand expoliaron sin compasión, muchos años después y para componer su mayor hit y, para ya finiquitar el asunto, la tremenda "The wanton song" que, llegado cierto momento, vampiriza a Steely Dan y Sly & The Family Stone juntos y por el mismo precio. 

Por todo ello, y más (lo incontable de más y les prometo que me he esmerado en ser lo más conciso posible con el mayor denuedo del que soy capaz), que Physical Graffiti se ha terminado por convertir en el disco de Led Zeppelin al que más suelo acudir y que más suelo recuperar. Puede que haya un par de pistas que me puntuen por debajo del resto ("Sick again" y, en menor medida, "Night flight" ), que a veces no tenga ganas de escuchar "Kashmir" hasta el final (de lo puro sobada, básicamente) o incluso que, en alguna ocasión, cometa la herejía de darle al ff en "My time of dying" para llegar cuanto antes a "lo gordo" del tema... Da igual. Y ya puestos, lo de quién o dónde produjo el qué, el que aparezca Ian Stewart tocando teclados por ahí en medio, que el edificio de marras esté en el East Village y/o demás mandangas mil (que no acabaríamos), se lo busque el que quiera o tenga ganas. Musicalmente, que es lo que cuenta al fin, basta unos pocos pasos hacía atrás y un giro de noventa grados para darse cuenta que la enorme catedral rockera aquí alcanzada nos dejo una sombra cuyo auténtico final (de cara a la Historia del medio) ni se intuye ni se adivina. Y vamos para el medio siglo de vida ya en unos meses, si... Nada, nada mal para una colección de "sobrantes" y, en buena medida, temas más o menos previamente escritos.