TOM WAITS - "Rain Dogs" (1985)

 Vergonzoso. Si bien ya consta en el espacio un texto presto a reivindicar su etapa final (el maravilloso "Alice") y escribí, tiempo ha, otro a colación de su estreno en una página musical amiga (ya lo traeré "para aca" en algún momento cual rapto de Proserpina), hay algunas etapas del indispensable Tom Waits que no han sido todavía aquí reflejadas. Dejando al margen que estamos con el pomonita ante unos de mis músicos más admirados y elegidos de siempre, dicha ausencia no podía ya postergarse más por simple y pura trascendencia del músico en el medio. Por ende, con las mejillas rojas y la cabeza gacha por tamaño descuido en contenidos del lugar, nos acercamos hoy a su sagrada trilogía de Island sita en los mid-80's y, más concretamente, a sus imprescindibles "Rain dogs". Casi nada.

Antes de cualquier otra consideración quisiera dejar constancia que el tercero de "la saga", "Franks wild years" (87), es tan enorme y necesario como sus ilustres predecesores inmediatos (y no sólo por el cariño especial al ser el primer disco de Waits que me agencié, hace tanto que ni me acuerdo, o contener aquella "Innocent when you dream" que corolaba el magníico film noventero "Smoke"). Esto es: "Swordfishtrombones" (83) y el álbum que hoy nos ocupa de 1985, en cuya portada no aparece el famoso alter del Sr. Thomas Alan Waits, aunque lo parezca (tampoco es ningún fotograma de alguna de las películas donde aparece, ya puestos y señalado ello porque llegados a este disco el flirteo con el mundillo del cine era ya una constante). 

"Rain dogs", posiblemente el disco de Waits que más gente tenga en casa por aquello de contener la tan icónica "Downtown train" (fusilada después por Stewart, con su impresentable cover eurovisiva, y demás hasta más allá de la mismísima saciedad). De hecho, el videoclip a juego con dicha canción ayuda como bien pocas cosas a sintetizar esa imagen de borrachuzo callejero, ex profesamente maldito y que, por lo "forzado" de cara a algunas personas desde la más cínica y desconfiada visión actual, estigmatiza para mal al músico... "Oh, mira el nuevo Bukowski, no te jode" (ese tipo de mierdas, vaya). Esto es una de tantas majaderías que no merecen consideración alguna, está claro. Más allá de la fascinación por dicho novelista o la generación beat, no se entiende a Waits sin Ray Charles, sin el impagable esfuerzo por recuperar géneros remotos, su pleitesía al jazz y los night clubs, a los crooner de piano o, entre mucho -MUCHO- más la adición de diversos modos de artes escénicas al mundo del pop-rock. Tom Waits es una entidad construida desde un sindiós de ítems incontables que acaba por constituir "algo" propio, sin parangón único o claramente ubicable. Una bestia creativa hija de mil leches (alguna de las cuales se pierde en tiempos y espacios, o se hubiera perdido de no ser por él) y que, más allá de comparaciones o gustos subjetivos, debe y puede compartir mesa con Dylan, Newman o Reed, sin pedir ni requerir permiso alguno. Aclarado ello, "Rain dogs" (el disco), si, allá vamos...

Hasta diecinueve piezas que se nos marca el tío para estos cánidos de las lluvias suyos. Lo que tampoco debiera extrañar a "los fieles", que ya es de base y por lo general generoso con sus tracklist el californiano (o concretamente desde el disco del 83 en adelante, para los amantes del puntillismo). Como tampoco debiera hacerlo la ingente cantidad de músicos colaborades que llega a acumular para la ocasión: entre muchos otros, gentes del calibre de Marc Ribot, Robert Quines o el mismo Keith Richards. Con dichas premisas queda ya sólo enfrentarse, al fin, a tan nutritiva y profusa (y variada) colección de canciones/pistas. "Singapore" ataca desde la síncopa las raíces hasta el remoto sonido Tin Pan Alley, "Clap hands" parece tenderle la mano a la música concreta cual soundtrack de "El planeta de los simios" se tratase, "Cemetry polka" no creo mereza aclaración alguna (más allá de su obvio poso aguardentoso y cantina pirata) y para "Jockey full of bourbon" parece irse de farra con el Dr. John por N.O. en busca de la casa de la mojo... Y acabamos de empezar, si. Para "Tango till they're sore" nos quedamos un rato más en algún cabaret de las inmediaciones de Baton Rouge, "Big black Mariah" incorpora la lectura-tipo que del blues hace el músico y en "Diamonds & gold" vuelve a recluirse en la rareza incidental (que se asemeja esto a una procesión de juguetes de cuerda rotos on parade) y a fin de cimentar el "concepto" del disco... Que esa es otra. "Rain dogs" es también/además un disco temático que pretende plasmar una especie de sentido homenaje a los deseheredados de este mundo (y sus cuitas), a base de exponer una serie de paisajes a cual más delicuescente y arrastrado. Seguimos en cualquier caso con la bastante conocida balada bluesie "Hang down your head" y su maravilloso organillo de fondo omnipresente, para rematar ya del todo el primer acto con el prodigioso lamento de la más que emocionante y mínima en aderezo "Time" (el momento Cohen del lote). 

Arranca la segunda parte a lomos del acordeón introductorio del tema titular ("Rain dogs" the song) y su posterior explosión rag, al que sucede la breve algarabía de vientos en "Midtown" (uno de los dos interludios instrumentales del álbum, de apenas un minuto en ambos casos). Seguimos con "9th Hennepin", que es de hecho otro ominoso interludio que no alcanza los 120", pero en spoken mode en este caso ("all the donuts have names that sound like prostitutes"... genio, puto genio sin más). "Gun street girl" es un arrastradisimo blues de los de golpear clavos para hacer las vías del tren (y con el que recuperamos formalidades más reconocibles), al que sigue lo más parecido a un rocanrol de factura clásica que encontraremos en "Rain dogs": la estupenda "Union square". Vamos encarando ya el tramo final con esta delicia imperdible que es "Blind love" (una de las grandes baladas -siempre en "modo Waits post Satuday Night", faltaría- de siempre del bardo) y el regreso a ragtimes, jazzeos y demás para la más animada "Walking spanish". Y, finalmente, cómo no, alcanzamos al fin la traca final con la hiperfamosa y eterna "Downtwon train", los otros sesenta segundos de verbena trompetera incidental para "Bride of rain dog" (excepcional título, si) y la muy tremenda coda con el himno "Anywhere I lay my head", entonada ya con un pulmón en la mano, directamente... Y ya estaría esto. Uno de los grandes discos de Tom Waits lo que, por simple causa-efecto, lo convierte en algo obligatorio dentro de la música popular desde el primer minuto de existir. Es así de simple en realidad, tampoco hay que darle más vueltas. 

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